sábado, 11 de septiembre de 2010

VALLE DE RODALQUILAR (I)

El valle de Rodalquilar no es un sitio indiferente. De hecho, es un sitio diferente. Seguro que me ciega la pasión, y hasta es posible que utilice indecentemente al sitio para hablar de mí mismo. Porque el valle de Rodalquilar ha cambiado en la medida que cambiaba mi mirada sobre él, de forma que ya no sé si soy yo quien ha creado al valle o el valle el que me ha creado a mí. Poca gente puede decir que vive en el fondo de un volcán (de una caldera volcánica, más exactamente), en el que se han producido peripecias históricas tan sugerentes como la que motiva estas líneas, y otras que están por escribir. En el centro de la costa de Níjar, que es tanto como decir de la sierra de Cabo de Gata, entre los dominios cónicos y oscuros del sur y los tabulares y claros del norte, este pequeño universo autocontenido constituye un extraño museo de sí mismo, un museo abandonado del abandono, donde los mitos, leyendas y fabulaciones circulan por cada esquina, por cada piedra caída. Un sitio donde contrasta la poderosa huella de la acción humana con el debilitamiento de la memoria, que es el que deja paso a la fabulación. Huellas poderosas, pero discontinuas, que permiten reinventar el sitio sin las rigideces y rémoras del pasado, rescribiendo encima de un palimsepto que hay que descifrar. Al relato de las minerías protohistóricas sucede el de la ganadería estante medieval. A este, el del enclave alumbrero al que se dedica esta publicación. Un nuevo relato ganadero sucede al alumbre, hasta que se desata la hostilidad con los colonos agrícolas, que aprovechan la nueva seguridad de la costa fortificada. La fiebre del oro sustituye al mito agrícola, hasta que, tras una época de abandono, el relato actual está escrito con delirantes materiales de un “mix” ambiental-turístico, construyendo un nuevo significado más allá de toda evidencia de la historia territorial, como si esa historia no fuera mucho más sugerente que los devaneos de terraza con los que se construye el nuevo relato contemporáneo.

El disfrute del valle puede adoptar distintas modalidades, tantas como formas nos ofrece su convulso origen geológico o tantas como las correlativas maneras de ocupación del espacio que se han producido a lo largo del tiempo. El valle es mar y montaña, es un espacio rural e industrial, un espacio alternativamente vacío y lleno, calcinado y agostado bajo el implacable sol estival o humedecido, verde y floral con motivo de cualquier lluvia. El valle es muro o puerta, es europeo y africano: un extremo ultramontano, en un sotavento mediterráneo. El valle es un arte de arrastre para pescar levantes, en cuyo copo se encuentra atrapado Rodalquilar, el pueblo-factoría que robó el nombre al paraje. Es un espacio significante al que le cuesta entregar su significado. Quizá por eso los visitantes se consagran al sol y a la playa, pasando por encima de la complejidad y riqueza del valle con la misma velocidad con la que se encaminan a las arenas del Playazo. En su gran mayoría ignoran que en ese pequeño trayecto están atravesando la Estancia de Rodalquilar, sitio de destino del ganado de las sierras del sureste para pasar el invierno. Ignoran también que entre los dos pasos de la rambla están atravesando el poblado de Los Alumbres de Rodalquilar, singular fundación urbana asociada a una explotación minero-industrial del siglo XVI, a cuyo conocimiento se dedica esta publicación. Ignoran que la marina, la albaida del Playazo ha sido escenario de desembarcos del corso berberisco, de naufragios y de interesantes proyectos de colonización agraria. Ignoran que los relatos popularizados por el género cinematográfico del western (conflictos entre ganaderos extensivos y colonos agrícolas, fiebre del oro californiana) se estaban escenificando al mismo tiempo en este valle, pero saben que Clint Eastwood contribuyó a dar credibilidad al extravagante proyecto de Leone en Los Albaricoques. La redención de nuestro paisaje ha venido de la mano de la impostura: hemos sido las arenas del desierto saudita, hemos sido Aqaba, hemos sido el norte de África, el medio Oriente, los alrededores de Petra, Arizona, Nuevo México, y hasta un paisaje nevado en la Inglaterra medieval. Más que una redención parece una enajenación. Mientras se producen estos “préstamos” paisajísticos, el relato de nuestra propia identidad sigue vacante.

Extraido del prólogo a "Los Alumbres de Rodalquilar. Las otras minas" Epígrafes 3 y 4

2 comentarios:

  1. La primera vez que leí la descripción de Rodalquilar, me transmitió la pasión y el amor que yo siento por el lugar en el que vivo y me sentí todavía más orgullosa de pertenecer a este sitio. Gracias por las palabras y por compartirlo.

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  2. Permíteme decirte que es la primera vez que soy capaz de leer la sensación que me produce descubrir el valle de rodalquilar cada vez que tras el mirador de la amatista aparece ante mis ojos semejante obra de arte de la naturaleza.
    Gracias por poner palabras donde otros solo podemos manifestar su grandiosidad sin llegar a captar esa sensación.
    Aprovecho para pedirte que me dejes publicar esa foto tan maravillosa del valle que preside tu entrada para una que estoy preparando en mi blog sobre Rodalquilar.

    Gracias y un saludo

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