miércoles, 9 de diciembre de 2020

La paradoja de Rodalquilar.

Reflexiones sobre patrimonio minero desde la planta Denver



Intro

Tengo la misma edad que la planta Denver, por lo que, inevitablemente, asisto a su deterioro como una manifestación externa de mi propia decrepitud, que también se evidencia en esos pelos que me salen en lugares tan inverosímiles como inoportunos, o en la cada vez más abigarrada cartografía de mi piel.

Además de coetáneo, también soy coterráneo, por lo que la planta Denver es para mí una presencia cotidiana y un auténtico icono inspirador.

Parece serlo también para un número elevado de personas que la visitan en los periodos vacacionales o en fines de semana, de forma que es difícil acercarse a la planta en esos momentos sin encontrarse con varios de estos visitantes.

Hoy me propongo hacer algunas reflexiones sobre el llamado patrimonio minero, y en particular sobre la planta Denver, en el contexto de la aventura metalúrgica del coto aurífero de Rodalquilar.



Nuestra noción de “patrimonio”

El campo semántico de “patrimonio” incluye distintos componentes:

  • Un componente de valor (Se considera valor patrimonial el valor contable con que se ha registrado un bien en los libros de contabilidad).

  • Un componente de titularidad, de pertenencia o posesión (Fulanito de tal es titular o poseedor de un importante patrimonio).

  • Un componente de transmisión entre generaciones, de herencia (existe un polémico impuesto de transmisiones patrimoniales).

En resumen, patrimonio es algo valioso, que nos pertenece y que debemos atesorar para legarlo a nuestros herederos. Este es el sentido de nuestro concepto moderno de patrimonio. En una primera adjetivación, surge el concepto de patrimonio cultural. Este concepto prescinde de una de las cualidades semánticas del término, el de la posesión. De esta forma, pueden considerarse bienes de interés cultural propiedades privadas, sobre cuyo uso y dominio recaerán distintas restricciones en atención a las otras dos cualidades semánticas: son valiosos y debemos velar por una correcta transmisión generacional. Aunque no nos pertenezca el bien material, sí nos pertenece la información cultural que contiene, su significado.

¿Cómo saber cuál es el alcance de nuestro patrimonio? Pues, haciendo un inventario. También cuando nos referimos al patrimonio cultural. Los catálogos e inventarios son los primeros instrumentos de las pioneras legislaciones protectoras del patrimonio cultural. Pongo la cursiva en “protectoras” por un argumento que desarrollaré más adelante.

Con este andamiaje jurídico-administrativo comienza nuestra andadura colectiva con el patrimonio cultural. De los momentos fundacionales, tres cosas persisten a día de hoy, a mi juicio, de una manera torpe.

  • La primera es que la apreciación del valor corresponde a especialistas, a profesionales, científicos o iniciados en los conocimientos necesarios para verificarlo.

  • La segunda es que ese valor se asigna a un bien material, tangible, a un objeto (sea una pequeña joya o una catedral gótica).

  • La tercera, consecuencia de la segunda, es que la labor básica de los poderes públicos respecto al patrimonio cultural es su protección, conservación y, en su caso, restauración o reconstrucción.


La recepción social del concepto “patrimonio”

Como tantos otros conceptos que articulan las preocupaciones de clases sociales o colectivos emergentes, el de patrimonio ha experimentado un proceso de expansión en las últimas décadas. Se empezó a desdoblar en patrimonio natural y cultural; más tarde en material e inmaterial. El concepto de patrimonio histórico empezó a convivir con el de patrimonio cultural. El resultado de esta expansión conceptual ha sido la sofisticación del término “patrimonio”, con una creciente diversidad semántica, en el contexto de una sociedad más diversa y compleja. Uno de los efectos de esta expansión del concepto “patrimonio” es que amplias capas de la población tienen dificultades para identificarse con los nuevos objetos y elementos que distintos especialistas consideran dignos de integrar el patrimonio. De esta manera, el empleo del término pasa de ser pacífico (los elementos que se consideran patrimonio son reconocidos por la sociedad) a ser conflictivo (se emplea el término patrimonio para llamar la atención sobre la necesidad de apreciar determinadas cosas, sin que exista un apoyo social claro, o, en los casos más extremos, a pesar de la oposición social). Son los nuevos “patrimonios”.

A partir de aquí, los “activistas” del patrimonio se especializan en la interlocución con los poderes públicos, espoleados por el marco europeo, y ante la indiferencia social, lo que me inspiró una reflexión crítica sobre el estado de la cuestión, y decidí repensar los tres puntos que he denominado “fundacionales” en cuanto al patrimonio cultural:

  • Respecto al primer punto, es la sociedad en su conjunto la que tiene que apreciar el valor de las cosas, puesto que, sea cual sea el patrimonio que se promueve, será un patrimonio de toda la sociedad. Los especialistas y científicos deben contribuir con su producción intelectual al reconocimiento de ese valor. El activismo patrimonial debe velar por el reconocimiento jurídico y administrativo de esos bienes, pero también debería emplearse en la ampliación de la base social de apoyo a esas políticas.

  • Respecto al segundo punto, hay que complementar la inercia objetual del patrimonio con la incorporación de los relatos que facilitan la captación del sentido, del contexto y del significado de esos bienes. Lo que acerca a la sociedad al aprecio por estos bienes es compartir su significado.

  • Respecto al tercer punto, los poderes públicos deben incorporar a sus labores tradicionales la dinamización, la interpretación, la entrega efectiva a la sociedad del significado de cada uno de los bienes, o de su interrelación en sistemas significantes.

En definitiva, lo que realmente crea patrimonio, es decir, aprecio por el valor de algo que nos pertenece y que debemos transmitir a las siguientes generaciones, es la comprensión de su significado. Las acciones que generan patrimonio están más próximas a la interpretación que a la reconstrucción. Y, además, son mucho más baratas. Lo realmente paradójico es que la única manera de que los decisores asignen recursos a un mantenimiento decoroso de los elementos materiales del patrimonio es que haya una presión social suficiente, y esta sólo se producirá si hay una complicidad con el significado de esos elementos materiales.



El patrimonio industrial y minero

Por acercarnos al tema que me preocupa hoy, hay que anotar la relativamente reciente aparición de conceptos como el de patrimonio industrial, en el que cabe incluir también el patrimonio minero (en 1987 participé en Granada en la creación de una Asociación para la promoción de la Arqueología Industrial, impulsada por el que fuera profesor de Historia en mi instituto, Miguel Ángel Rubio Gandía).

Lo novedoso de esta incorporación es la reivindicación de los espacios, instrumentos y jerga del trabajo industrial como elementos significativos para formar parte del legado patrimonial. Esto supone, en la práctica, un socialización y democratización del concepto de patrimonio. Hasta ese momento, los bienes del patrimonio cultural eran siempre producto de la acción de las clases o instituciones dominantes: eran las manifestaciones, la forma de expresión de los poderosos. Ahora se incorporan también los espacios del trabajo, tanto industrial como agrario o rural.

Dentro de este “patrimonio industrial”, tiene también su espacio el minero. Los escenarios de la minería son impactantes. Suponen grandes alteraciones del medio, y, con frecuencia, dan cuenta de la evolución tecnológica de una sociedad, especialmente en la metalurgia.


Los espacios mineros abandonados, ocasionalmente acompañados de fundaciones urbanas específicas, tienen una gran capacidad evocadora y conmovedora. Son terreno abonado para intervenciones de clarificación del significado. Pero no siempre están en los mejores lugares para su disfrute. Por otra parte, suelen ser lugares peligrosos, en los que la adecuación para la visita o el disfrute resulta muy costosa. Y, no nos engañemos, somos un país pobre, no tanto por nuestras variables económicas, sino, sobre todo, por la falta de comprensión y apoyo a las políticas de desarrollo basadas en la identidad y en la recuperación patrimonial.


La paradoja de Rodalquilar

El deterioro de la planta Denver supone un serio problema de seguridad para los numerosos, y, a menudo, intrépidos visitantes de esta instalación metalúrgica, que creen estar contemplando “la mina”. Este problema trae a colación la cuestión de la responsabilidad, y ésta, a su vez, nos remite al tema de la titularidad.

La mayor parte de la planta Denver es privada, dato poco conocido y que suele producir sorpresa. La única parte de la planta de titularidad pública es la casa PAF, actual “Casa de los Volcanes”. Toda la parte al aire libre (báscula y tolva de recepción, zona de molienda y cribas, tolva de finos, zona de molinos de bolas, balsas espesadoras, línea de cianuración y balsas del lavado contracorriente) está incluida en la finca del Cortijo del Fraile.


En esa misma finca se ubican también las plantas María Josefa y Abellán, de los años 20 del XX, y la de St. Joe Transaction, de finales de los 80 del XX. Cuatro de las cinco plantas metalúrgicas de la historia minera de Rodalquilar se sitúan dentro de la finca propiedad del grupo Kernel, radicado en Murcia, una de cuyas empresas, Agrícola La Misión, se encarga de la explotación agrícola de su parte sedimentaria.

Tan solo la planta Dorr está dentro de la finca pública. Si observamos la acción pública sobre la planta Dorr (conversión de la casa PAF en Sala de Exposiciones, conversión del patio de balsas en Anfiteatro, abandono del resto, absoluta ausencia de referencias a la importancia histórica de la planta Dorr, la más longeva de Rodalquilar y clave en el momento fundacional del pueblo), puede comprenderse el escepticismo que acompaña a mi mirada sobre el patrimonio minero de Rodalquilar.


A cualquiera que habite en Rodalquilar y tenga una mirada documentada sobre estos asuntos, se le cae uno de los mitos más extendidos entre la ciudadanía preocupada por estos temas: que es necesaria la titularidad pública para garantizar la integridad del patrimonio.

En Rodalquilar, puede verse palpablemente que la titularidad pública no solo no garantiza el mantenimiento del patrimonio, sino que puede convertirse eventualmente en un riesgo añadido. Basta observar el estado de ruina en que se encuentran las Casas Nuevas (el más frecuentemente denominado Poblado Minero). Más que al paso del tiempo, su deterioro puede achacarse a la acción de una administración pública que actúa como propietaria, y que procede a la demolición de algunas viviendas para expulsar a los “ocupas”.


Así que creo que no deberíamos establecer una correlación entre titularidad pública y tutela efectiva de los bienes a su cargo.

Pero persiste el problema de la responsabilidad, que sí recae sobre el titular de los bienes. Si ocurriera algún accidente trágico en la planta Denver (cosa tan poco deseable como crecientemente probable), asistiríamos, sin duda, al tradicional espectáculo de ponerse de perfil para esquivar la responsabilidad. La Junta de Andalucía abandonaría su proverbial letargo y se apresuraría a proclamar la condición privada de esas instalaciones metalúrgicas. La propiedad, por otra parte, argumentaría su nulo interés por esa parte de la finca, y recordaría los numerosos intentos que han acometido para transferir la titularidad a la Administración Andaluza (previo pago de un precio en cuya valoración incluyen el propio valor cultural, como si el aprecio social por un bien aumentara su valor de mercado, o como si fuera el titular del bien el que ha generado ese valor cultural).


“Cultura” de gestión y nuevos imaginarios

Desde hace un tiempo sospecho que hay una incomodidad latente por parte de la Administración Ambiental (la Consejería correspondiente de la Junta de Andalucía) en lo que se refiere a la incorporación del hecho minero al conjunto de elementos valiosos -y, en consecuencia, patrimonializables- del Parque Natural. Esta incomodidad estaría compuesta por una mezcla de desconocimiento, incomprensión y una cierta repugnancia: la “violencia” minero-industrial encaja mal con el mito del Parque Natural como trasunto del paraíso terrenal. Y es ahí donde se sitúa el núcleo conflictivo de la gestión ambiental de este espacio: el Parque se gestiona según la visión experta de los técnicos de lo que debería ser, por ser Parque Natural, y no en función de lo que es: un territorio cuyas singularidades, entre las que se encuentran las huellas mineras, motivaron su declaración.

En Rodalquilar se ha invertido una gran cantidad de dinero en urbanización de la finca pública y en recuperación de edificios y espacios para distintas finalidades (la Oficina del Parque, los Talleres, el Centro de Recursos Telemáticos, el Punto de Información, el Vivero, el Jardín Botánico con el centro de interpretación el Albardinal, la Sala de Exposiciones, el Anfiteatro, la Casa de los Volcanes, el área de acampada, el Aula de Naturaleza El Bujo, dos viviendas en Villa Cepillo y el complejo Agrosilvopastoril). Acerca de tan elevada inversión pueden hacerse las siguientes reflexiones:

  • Gran parte de estas instalaciones permanecen cerradas (Vivero, Area de Acampada, Centro de Recursos Telemáticos,  Aula de Naturaleza); o no han llegado a abrirse (complejo Agrosilvopastoril).

  • Puede deducirse que estas intervenciones públicas no obedecían a ninguna estrategia de gestión. La disponibilidad de los espacios y edificios originales, consecuencia de la titularidad pública de la finca, parece haber pesado más a la hora de asignar las inversiones que una idea de rentabilidad social. La apertura de las instalaciones o su mantenimiento se vuelven problemáticos, lo que evidencia que la eventual disponibilidad de recursos para los proyectos de reutilización no ha ido acompañada de una agenda de gestión.

  • Es patente y abrumador el desprecio a la naturaleza minero-industrial de la finca pública de Rodalquilar. En ningún lugar de los espacios rehabilitados queda el mínimo rastro de los usos originales de los espacios y edificaciones, con la única excepción de la entrada al Jardín Botánico (el antiguo cuartel de la Guardia Civil), donde una pequeña placa en el zaguán de entrada recuerda su sentido histórico.

Esta labor pública, que parece más orientada a sepultar la memoria minera que a interpretarla adecuadamente, encuentra complicidad en una parte de los nuevos pobladores de estos parajes, para los que la presencia de las huellas mineras es incomprensible en un Parque Natural.

Podría deducirse que la visión de estos colectivos coincide con la del deber ser de los gestores ambientales, con la ligera variante de que lo que les causa desasosiego es que este lugar tenga historia, antes de que su mirada sobre el paraíso lo "fundara". La alianza (inconsciente y no deliberada) entre gestores visionarios y artistas vanidosos está constituyendo un bloque que propone, en último término, una enajenación discursiva del ser de este territorio.


La “Casa de los Volcanes”. El Geoparque

Para ir centrándonos en el asunto de la planta Denver, conviene detenerse en la intervención sobre la casa PAF, demolida y reedificada con el mismo perímetro y aspecto exterior para albergar la conocida como “Casa de los Volcanes”, un centro de interpretación geoturístico dedicado a los valores geológicos. Hay que dejar claro que la casa PAF forma parte de la planta Denver. De hecho, es su “sancta sanctorum”, el lugar en el que todo el proceso extractivo y la primera fase del proceso metalúrgico (el triturado, espesado, cianurado y lavado de las rocas) cobran sentido, puesto que aquí es donde finalmente se separa el oro del resto de los componentes con los que convive en la naturaleza. Este es el lugar de la “alquimia”, la fase final y más brillante del complejo proceso minero-metalúrgico.


En un principio, el planteamiento de la intervención era el de un museo geominero. Ese planteamiento inicial derivó pronto hacia el que finalmente se plasmó en la antigua casa PAF. La Casa de los Volcanes es un meritorio y apreciado espacio interpretativo, sobre el que, no obstante, cabe hacer algunas consideraciones críticas desde el punto de vista museográfico y museológico.

  • La propia naturaleza del inmueble debería contribuir a la finalidad comunicativa del centro de interpretación. En cambio, nada en el centro recuerda o evoca las importantísimas funciones metalúrgicas del edificio original. En la línea de lo comentado para el resto de los equipamientos, pero aquí con una renuncia incomprensible.

  • La intervención viene a subrayar una descontextualización de la casa PAF respecto al resto de la planta, con la que mantiene una inevitable vecindad, pero desprovista de cualquier vínculo semántico. Parece darle la espalda, como si la actual situación catastral predominara sobre su sentido e identidad histórica y funcional.

  • El "discurso" del centro se organiza en cuatro temas, que parecen obedecer a un criterio de escala. En la recepción se informa sobre la red mundial y europea de Geoparques. En el segundo ámbito, se hace un repaso a formaciones geológicas significativas de Andalucía. En el tercero, se produce un acercamiento al vulcanismo desde el contexto de la geología provincial. En el cuarto, aparece el tema minero, relacionado con Rodalquilar y el resto de las explotaciones históricas en Cabo de Gata. La sala aparece presidida por una espectacular maqueta de la Planta Denver, perfectamente documentada y realizada. Un auténtico alarde “belenístico” que, sin embargo y paradójicamente, viene a consagrar la desconexión entre la casa PAF y el resto de la planta: la maqueta está orientada en sentido inverso a la posición natural; carece de una indicación clara de dónde se encuentra el visitante dentro de la maqueta; como la maqueta es muda, la explicación de sus funciones se hace en un display, sobre una foto de la maqueta. Se consagra así una triple virtualidad que contrasta con el autismo del centro en su relación con la realidad de las ruinas de la parte atmosférica de la planta Denver.

La Casa de los Volcanes es la sede oficial del Geoparque Cabo de Gata-Níjar, desde su declaración en 2006. Coincidiendo con la revalidación de esa declaración en 2017, sobre la puerta de entrada de la Casa de los Volcanes se ha instalado un rótulo que lo califica como centro Geominero, lo que evoca, al menos nominalmente, los propósitos iniciales de este equipamiento.

Esta consideración como Geoparque supone un hito que debería haber producido un cierto ajuste en la orientación estratégica de la gestión del Parque Natural. Lamentablemente, no ha sido así. Es más que evidente el protagonismo del componente geológico en este espacio en concreto. Su dinámica volcánica y sedimentaria contiene información variada y de calidad sobre la historia geológica de este rincón del Mediterráneo. Su presencia cromática, escultórica, paisajística en definitiva, es contundente.

Tan contundente como la de los restos de actividad minera, cuyas tareas de investigación  han contribuido decisivamente al conocimiento de su geología. Mi experiencia en comunicación de los significados del paisaje y en museografía me hace ver que la mejor manera de explicar las condiciones físico-ambientales de un territorio es interpretando la acción humana que interfiere en esas condiciones naturales. Un buen relato nos permite, además,  acercarnos a las múltiples circunstancias históricas, tecnológicas y geopolíticas que acompañan esta aventura minera.

Desgraciadamente, los importantes avances en el conocimiento y la divulgación de los distintos periodos de la historia minera de Rodalquilar, fruto del trabajo de destacados investigadores, no tienen ningún reflejo en la interpretación “pública” de los distintos elementos del patrimonio minero de este distrito aurífero. Basta con leer la rotulación y señalización oficiales para advertir numerosas imprecisiones y una baja calidad del relato que se comparte con los usuarios.




Las ruínas de la “Denver”

El deterioro de la parte “privada” de la planta Denver es acelerado. En los últimos años, las escaleras de la Casa de Cribas han desaparecido prácticamente. Los forjados de hormigón realizados por Agromán en 1955-56 se están desmoronando, apareciendo la trama metálica de su interior, de una manera sumamente peligrosa.


La coincidencia de este deterioro, que aumenta los riesgos de la visita, con la creciente curiosidad de los visitantes por estos restos mineros, está configurando un escenario de gran peligro.

No deberíamos esperar a que ocurra algún desgraciado accidente. Un análisis de riesgos, el establecimiento de circuitos seguros de visita y una adecuada comunicación del funcionamiento y significado de la planta Denver deben ir de la mano, y deben servir de base para un acuerdo entre los propietarios de esta parte de la planta y la Administración Ambiental. Es tiempo de pasar de la virtualidad y de la ensoñación del “deber ser” al reconocimiento de la realidad y a elaborar una estrategia de gestión de esa realidad, con toda su complejidad.

Dificilmente se revalidará la consideración de Geoparque si el principal exponente del patrimonio minero del Parque Natural se convierte en un escenario inseguro, peligroso, y, eventualmente, trágico.


O quizás se trata solo de una hipersensibilidad mía, de un intento desesperado de frenar mi propia decadencia.