viernes, 18 de febrero de 2011

Almería y el paisaje

Almería es un territorio singular, resultado de un marco físico contrastado (un sotavento mediterráneo árido y montañoso) y de una correlativa experiencia cultural que se expresa en el poblamiento y en las estrategias productivas. Nuestra singularidad se manifiesta en el paisaje. Pero la noción de “paisaje” ha evolucionado notablemente desde su instauración en la Europa del s. XIV, cuando Petrarca narra su iniciática ascensión al Mont Ventoux . El paisaje actual tiene un fuerte componente emotivo, emocional, en el que se reside su potencial para conciliar sensibilidades y voluntades, y para contribuir a la articulación y cohesión social. La lectura del paisaje contiene una cualidad narrativa que la emparenta con los mitos fundacionales de las sociedades primitivas.

La representación cultural del sitio que habitamos (sensu stricto, el paisaje) es el resultado de poner en relación los datos que nuestro aparato sensitivo capta del exterior con una memoria gráfica que hemos ido acumulando a lo largo de nuestro proceso de desarrollo intelectual. Esta es la conexión del paisaje con la memoria personal, mecanismo por el que nuestra afectividad respecto a los sitios tiene que ver con nuestra experiencia. El paisaje y la memoria.

Almería es un territorio de laderas, un espacio con gran potencial de intervisibilidad y panorámicas. Estas grandes escenas se forman a partir de esa cualidad atmosférica. También tiene que ver con el aire la contemplación del cielo, tanto de día como de noche. Esta experiencia de gran cualidad panorámica desde las altas cumbres se corresponde con los aromas de monte, sutiles y tamizados. Como sotavento, Almería es un lugar donde el viento tiene un gran protagonismo, que se manifiesta en la historia desde los molinos de viento a los aerogeneradores. El paisaje y los aromas.

La portentosa geología de Almería constituye el soporte físico, material, de la experiencia humana. Sierras y valles compartimentan el espacio; la diversidad de los complejos geológicos del sistema bético (maláguide, nevado-filábride, alpujárride, sedimentarios) propone una paleta cromática infinita. La litología condiciona el hábitat, la arquitectura tradicional y la estrategia humana. Los campos volcánicos, desde Alborán hasta Águilas rematan la singularidad de la gea. El desierto es uno de los iconos de la identidad de Almería, impulsado y promovido especialmente por la industria cinematográfica. La historia minera es el contrapunto humano a esa imponente presencia física. Almería es un territorio minero. El paisaje y las formas.

Las condiciones geológicas y climáticas (ambientales, en definitiva), tan singulares en Almería, producen un claro predominio de la roca. Territorio pedregoso, árido y de pronunciadas pendientes, invita a una solución global que se manifiesta en la proliferación de mampostería de piedra seca. En todo tipo de construcciones, y muy señaladamente en los muros de piedra, tenemos uno de los iconos de la identidad territorial. Los balates, pedrizas, ribazos, hornazos, como son conocidos en distintos lugares de Almería, contienen una información geológica, climática, sedimentaria, cultural y social que merece la pena desentrañar. Piedras.

Almería es un territorio árido. Precisamente por eso, la búsqueda del agua, su regulación, su control, son las claves de su historia territorial. El aprovechamiento del agua superficial y subterránea es la condición de supervivencia, y todas las decisiones humanas, culturales, guardan relación con este objetivo vital. Pueblos, vegas, cortijos: el agua fluye, fluye la vida. Los principales cambios territoriales de Almería se relacionan con el cambio de los modelos de gestión y explotación del agua. El paisaje y los cambios.

El control del fuego constituye la gran metáfora de la cultura, interpretando las fuerzas de la naturaleza y adaptándose a ellas para conseguir sus finalidades. La cultura territorial es el conjunto de expresiones humanas adaptativas. Comienza con el asentamiento, y se manifiesta en el ritual, en la fiesta, en la cocina, en las formas de expresión. Los aromas, los sabores de nuestra cocina marcan los límites de una región sentimental. El paisaje y los ritos.

En la lectura del paisaje, en su comprensión, hay una evidente finalidad hedonista. El paisaje se sitúa entre la hermenéutica y el erotismo. En el desvelarse del significado se encierran ocultos mecanismos de placer. El ritual de interpretación del paisaje, en tanto que forma colectiva de concertar significados del territorio, del espacio de vida, es una ocasión de gozo. Esa experiencia gozosa, cívica, es el motor de la identidad y de la cohesión social. El disfrute del territorio es un derecho ciudadano que debe ser facilitado y promovido. El paisaje y el gozo.

La identificación con el sitio, que constituye el vínculo territorial, tiene múltiples manifestaciones que van desde lo económico a lo afectivo. Es una de las expresiones de la naturaleza humana, y se da en todas las civilizaciones. En el mundo mediterráneo, precisamente por su espesor civilizatorio, este vínculo está sumamente arraigado, aunque no por ello libre de riesgo de debilitamiento. Las peculiares condiciones del inconcluso proyecto de modernización de la sociedad almeriense han producido un debilitamiento agudo de ese vínculo, lo que hace que nuestras bases de desarrollo social sean frágiles. La conciencia de pertenencia al sitio es una forma particular de sinoicismo, es la conciencia de “ser aquí”. El reforzamiento de esa experiencia tiene un componente sentimental, pero también, y en último caso, una finalidad estratégica: la definitiva y deseablemente armónica modernización de nuestra sociedad debe construirse sobre una vigorosa conciencia de pertenencia al territorio. El reforzamiento de esa conciencia tiene una magnífica oportunidad en la experiencia de lectura del paisaje. Disfrutemos, gocemos del paisaje, desentrañemos el significado de nuestro territorio. Nos encontraremos con nuestra memoria colectiva, con nuestra identidad.